10 de junio de 2010

La religión de la ciencia

Nunca quise decir que estas palabras fueran algo distinto a la especulación. La diferencia, quizá, fue el método que empleé para especular. Pero ni siquiera es eso lo más importante.
Todo lo que quiero decir es que debe existir un punto de convergencia. Cuando parto del supuesto de que para todos —incluso para los ateos y para los agnósticos— existe un Dios, es porque, en un sentido amplio y flexible, no puede haber mucha discusión al respecto. Incluso para el hombre de ciencia más determinista y dogmático lo hay. Dios es una palabra, y cada quién le atribuye un significado diferente de acuerdo con su educación y, sobre todo, de acuerdo con su experiencia; todos han tenido una experiencia apoteósica en la Tierra, pero no todos lo dicen.
Así, el hombre de ciencia que le llama azar al inicio de los tiempos del Universo, tiene un Dios: el caos. Pero, ¿qué hay del fanático religioso musulmán, del judío, del cristiano, del católico o del budista? Cada quien tiene un Dios, pero no de una manera muy diferente a los distintos conceptos de Dios que cada practicante de una misma religión pueda tener.
Así, quizás un pastor protestante no hable de lo mismo un monje budista al decir Dios. Pero tampoco dos pastores protestantes pueden hablar de lo mismo.
Estoy convencido de que debe existir un punto de convergencia entre lo que la gente educada pueda creer desde la academia —por convicción o por obligación— y lo que la gente menos educada (o más, no importa) entiende por Dios, más allá de cualquier orientación religiosa.
Y ese punto, si no me equivoco, yace en el origen del tiempo y del universo. El primer contacto que tuvo el azar consigo mismo ¿Quién creó el azar —como quiera entenderse— que inició el caos? O el primer chispazo divino. ¿Quién creó al Dios —como quiera entenderse— que creó este mundo?