30 de marzo de 2011

El viaje de Mriklo

Abandoné la clase del profesor Mriklo a tiempo. No fui capaz de entender cómo alguien podía vivir tranquilo enmedio de tanto caos. O nunca supe, quizás, si el profesor conocía acaso la tranquilidad.
Pero es verdad que aprendí mucho y nada. Es verdad que no supe si permanecería en pragma o en caos. Es verdad que el profesor se desvivió en convencernos de los peligros de las ideas infinitas. Por eso, antes de irme, le robé un último suspiro.
Lo visité y le dije que me iría.
—Emjdi —me dijo— no te vayas sin escuchar mi última clase. La preparé para ti.
El infinito terminaría, al menos de manera temporal, en esa última clase.
Al día siguiente escuché una de las clases más inspiradoras y agradables que hubiera dado el profesor. Y sé que nadie más pudo entender el mensaje como yo lo hice, o eso quisimos creer tanto Mriklo como yo.
Al final, cuando todos se habían ido, me acerqué y, dándole un beso, me despedí.
Supe, años después, que el profesor había dejado la universidad y se dedicaba ahora a viajar por el mundo, harto, quizás, de viajar por su propio universo.