2 de agosto de 2010

Inflexiones sobre el caos (6 de ∞, el error)

Habría preferido que lo hiciera de otra manera, pero el profesor Mriklo reconoció su error públicamente, en punto de las diez de la mañana, frente al grupo completo:
Hace unos días fue a visitarme su compañero Emjdi, estaba triste. Hablamos del Atractor de Lorenz y hablamos de las emociones, como aquí. Para dejarlo claro de una vez: el Atractor de Lorenz es una sistema dinámico ideal que debe trazarse en tres dimensiones; yo sólo les mostré una. Miren [nuevamente descubrió el primer pizarrón]:
Es una ecuación oscilatoria que depende sensiblemente de sus condiciones iniciales, pero siempre se va a parecer a sí misma, pues es un fractal. Ocurre que las vueltas que dé y el lugar en que las dé reflejan un comportamiento caótico (casi). Pero lo podemos dibujar.
La clase sonrió, parecía claro; al menos, se veía muy bien.
Ubiquen, ahora sí, sus emociones en cualquier parte del dibujo, pues éstas son, igual que el comportamiento de la atmósfera en la tierra, de naturaleza caótica. Las mías, también, y en ocasiones se desbordan.
Me miró directamente a los ojos y me dijo: "Háblales del piloto automático inverso y háblales, también, de mi error, Emjdi".
—Un piloto automático —dije— funciona para darle autonomía a un vehículo, en cuanto a la velocidad se refiere. Al activarse, el automóvil tomará como referencia la última velocidad que "sintió" y anulará cualquier aceleración subsecuente. Así, pues, si un piloto automático funciona para evitar, de manera automática, las fluctuaciones en la aceleración, uno inverso funciona para activarlas de manera automáticamente aleatoria, como las emociones.
Me detuve un momento a pensar lo que estaba por decir:
—Entenderemos, con el permiso del doctor —concluí— que si las emociones son regidas, naturalmente, por un piloto automático inverso, la voluntad puede encargarse de apagarlo y de controlar activamente las fluctuaciones.
Lo tenía ya bien pensado, pues supuse que algo de eso me preguntaría; pero no me imaginé que hablaría de su error, mucho menos pensé que me lo preguntaría frente a todos. Ni siquiera pensé que se hubiera tratado de un error, a decir verdad.
—¿Y mi error, Emjdi? —preguntó Mriklo—.
—El profesor no me lo supo explicar con claridad, creo —mentí—.
Mriklo cerró la clase de manera magistral:
Todo surge de lo que llamo acumulación aleatoria de error. Piensen, por ejemplo, en la comodidad de los seres humanos, ya sea material o intelectual. Cuando un científico estudia cualquier fenómeno en la naturaleza de manera cuantitativa, pondrá mucho más atención en sus aciertos que en sus errores. Supongan por ejemplo, que al estudiar la comodidad de los seres humanos, un mercadólogo cuantitativo encuentra la pantalla de televisión perfecta. En sus estudios —y esto ocurrió en 2022—, el Holandés Edwin Ver Meerkhof, encontró una ecuación lineal para ajustar las opiniones de cerca de 4, 000 participantes. Encontró que el 98% de ellos mostraban una inclinación inicial absoluta para adquirir el producto, mientras que el restante 2% no. ¿Qué hizo? Estudiar el error e ignorar al 98% restante. Eso hacen, generalmente, las comunidades creativas —músicos, químicos, pintores, escritores, físicos cuánticos, psicólogos— de manera inconsciente. El mérito de Ver Meerkhof fue explicitarlo. Ese 2% que no se adecuó a su modelo se convirtió en su nuevo 100%, y ya saben a dónde voy. Resulta que corrigió el error en la ecuación inicial, para así poder incluir al 96.75% del 2% que inicialmente sólo pudo explicar con la palabra azar. Eso es el caos: una infinita acumulación aleatoria de error. Váyanse.
Todos se fueron; yo decidí quedarme para preguntarle al profesor cuál había sido la fuente de su error, pero no quiso hablar más del tema.