30 de julio de 2010

Inflexiones sobre el caos (5 de ∞, Emjdi)

Casi siempre, en horas de clase, era posible encontrarlo en su cubículo. La puerta estaba abierta y el profesor pensaba con los ojos cerrados. Casi hablaba. Se dio cuenta de mi presencia cuando, sin abrir los ojos, se orientó hacia mí.
—Sé que no es oportuno, doctor Mriklo, pero últimamente no he conseguido conciliar la calma.
—Pasa, Emjdi —el profesor me miró a los ojos con calidez—. Y por favor dime Mriklo.
Me senté. No pensé que supiera mi nombre, pero me hablaba como si nos conociéramos desde hacía tiempo. Su cubículo era un lugar pequeño y confortable. Sólo tenía un escritorio azul y una pequeña computadora personal blanca, modelo 2008 —antiquísima—.
—Ya no las hacen como antes, ya no. Aquí escribí mi primer libro, hace mucho, cuando recién me la regalaron —hizo una breve pausa y se sonrojó—. Dime, Emjdi, qué quieres.
—Saber cómo hacer para no estar tan triste —no tardé en contestar.
—¿Y para qué querrías evitarlo? —preguntó.
—No dejo de pensar en la onda de Lorenz, Mriklo.
—Porque quieres, desde luego. Y estás triste por que quieres, también.
Repentinamente, el profesor Mriklo comenzó a llorar desconsoladamente, pero sólo durante unos segundos. Después se secó las lágrimas y sonrió.
—Mira, Emjdi, la voluntad es como un piloto automático inverso —me miró fijamente a los ojos, entendiendo, creo, mi desconcierto—. Sabes qué es un piloto automático, ¿cierto?
—Lo enciendes y dejas que tome el control de la velocidad del vehículo —dije—, pero mantendrá una aceleración nula —me detuve a pensar por un momento, sabía que Mriklo esperaría también—. Entonces un piloto automático inverso, hablando de la voluntad, ¿podría referirse a algo que está programado para que las cosas fluctúen al azar?
—Me recuerdas tanto a ella, Emjdi, que si no fueras mi alumno...
No supe por qué sonreí; no quería, pero le regalé una enorme y ruborizada sonrisa, una genuina. Le agradecí su tiempo y me fui.

29 de julio de 2010

Inflexiones sobre el caos (4 de ∞, Fractales)


Entenderemos un fractal, de manera convencional —pues hay muchas formas de hacerlo— como algo que se parece a sí mismo sin importar qué tan grandes o pequeños sean los lentes con que lo veamos. Ahora miren este dibujo, por favor [y descubrió entonces el primer pizarrón]:
Es necesario, absolutamente necesario, darle un orden a las ideas, aunque nuestro interés principal sea el contrario.
El profesor Mriklo había comenzado a hablar sin ningún preámbulo en punto de las diez de la mañana, que era la hora a la que empezaba la clase ese día. Ya nos esperaba adentro. Preguntó:
¿Alguien sabe qué es una onda sinusoidal?
Varios alzaron la mano; yo preferí esperar:
Entonces estarán familiarizados con la naturaleza cíclica de las emociones, muchachos. Recuerden que por más que les ensucie el camino hablando de matemáticas, filosofía, física cuántica o mecánica, por decir cualquier cosa, el interés principal se centra en todo, partiendo de la voluntad del ser humano, y llegando ahí mismo.
La claridad era evidente y embriagante:
Pues resulta que yo pensaba que la mejor forma de entender las emociones, cuando todavía negaba la naturaleza caótica de la naturaleza —y su orden, y sus animales, como ustedes y como yo—, era a partir de una sencilla ecuación sinusoidal. Como el corazón que nos hace vivir: late y luego no; late y luego no; late y luego no; y así hasta que, para siempre, deja de latir (y luego no). Pero qué absoluta taquicardia me produjo la idea. Miren este otro dibujo, muchachos [el profesor descubrió el segundo pizarrón]:


No fue difícil notar el asombro que mostró la clase completa. Es verdad que le faltaban dos dimensiones, pero, lejos de parecerse a sí misma, esa onda no se parecía a nada. Probablemente si hubiéramos sentido con anterioridad, como Lorenz, una atracción hacia el caos, la imagen nos habría resultado más clara, pero no fue así.
Es necesario ahora romperles el corazón, o de menos generarles una bonita taquicardia: las emociones parecen ser más como el Atractor de Lorenz que como el burdo seno. Y la guía, ésa que determina la altura y la posición de los picos más altos, es completamente voluntaria.
Por fin el profesor nos regalaba una idea clara y concisa para entender algo que tuviera que ver con psicología. Pero después, como era de esperarse —inesperadamente— vino el veneno:
No existe en la naturaleza, sin embargo, muchachos, nada tan artificial como un fractal, si bien los caracoles, por ejemplo, lentamente se acercan sin jamás tocarlos. Parece que algunos teóricos del caos quisieran ignorar para siempre esta idea. Me refiero a que los fractales son una de tantas, de tantísimas maneras idealizadas de entender el desorden. Pero al golpearnos de bruces contra el azar, nos daremos cuenta de que es sólo eso: una idea. Ya entenderán, más adelante, que el caos no es otra cosa que un error eternamente magnificado en la medición de cualquier cosa.
Por primera vez en lo que llevaba el curso, la lucidez del profesor Mriklo no concurrió con una explicación clara. O quizás fuera claro, no lo sé, pero me costó trabajo entender la idea final:
Dicen quienes gustan de creer que algún día podremos desentrañarle el corazón a este misterioso rey, que existe un orden implícito en el caos; pero no (o sí), y se darán cuenta cuando intenten medir el error en la medición de, digamos, la libertad de Schopenhauer. Váyanse.
Nos fuimos y, tal vez como consecuencia de ello, sonrió.

27 de julio de 2010

Inflexiones sobre el caos (3 de ∞, los dos mundos)

De manera inusual, el profesor Mriklo llegó algo tarde a la clase. No sonreía, pero había algo aún más raro que eso en su talante. De cualquier manera comenzó:
Antes de envenenarlos les daré el antídoto, aunque sé que no querrán usarlo, una vez que decidan tomarse el veneno.
Su voz sonaba algo apagada y, por el tono y la convicción con la que comenzó a hablar, casi toda la clase mostró desconcierto. Siguió:
Éste es un mundo de mundos, de muchos, muchos, mundos. Sólo por conveniencia resulta sensato afirmar que son dos los mundos principales que conforman el mundo que conocen. Pragma y Caos, si les resulta cómodo.
A diferencia de otras sesiones —reconociendo el poco tiempo que tenía de conocer al profesor—, Mriklo hablaba con hermetismo, pero creo que pude rescatar la idea principal: hasta el ser humano más caótico come, caga y coge (aunque sea con las manos).
Fue una gran paradoja, o una impresionante claridad ajena a sus palabras, aunque tardé mucho en descifrarlo. Todo lo que quería decir, creo, es que no es saludable embeberse en el eterno mundo de las ideas, por cómodas o atroces que éstas fueren.
Interesante saber que cuanto más absorto estaba el profesor en alguna idea incómoda, tanto más alentaba al grupo a moverse en el mundo pragmático, aunque la opaca sequedad de su discurso apenas permitiera comprenderlo.
Se refirió a dos mundos fundamentales y un mundo puente, que desestimó con tal gravedad que el mismísimo Ludwig Wittgenstein habría querido responderle algo. Habló del mundo de los hechos y del mundo de las ideas, conectados a través del lenguaje. "La relación que guarda uno con otro", explicó, "es de naturaleza platónica, ideal".
Fue la única sonrisa que el profesor Mriklo esbozó a lo largo de la clase, fue la única idea clara:
Los hechos y las ideas están conectados a través de un puente ideal. Así, los hechos son ideas al cuadrado, ideas aceleradas, ideas que salen y, sin saber cómo, de manera aleatoria, consiguen alterar el mundo material.
No dijo nada después, pero entendimos todos, tras la pálida sonrisa, que era hora de irnos.

Inflexiones sobre el caos (2 de ∞, la digresión)

—Joven Mriklo, ahora qué hace —preguntó el doctor Amoah.
—Pienso, profesor, pienso en todo lo que jamás voy a poder pensar.
Tras dudarlo un instante, el doctor Amoah fue directo en su respuesta:
—No piense demasiado entonces, joven Mriklo: haga. Y ante su inminente respuesta, pues sé que me dirá que pensar es hacer, piense antes de hacerlo. Nunca es demasiado grande para usted, así como siempre es demasiado pequeño. No use esas palabrotas, joven Mriklo, no las use nunca más —el profesor Amoah ahogó una carcajada solemne.
Tras el silencio, Mriklo pudo entender la naturaleza de la naturaleza, que equivale a decir que no entendió nada. Pero lo supo asimilar y lo supo expresar. Sería después, claro, sería mucho después, y sería paulatino.

26 de julio de 2010

Inflexiones sobre el caos (1 de ∞)

Al salir de la primera clase del profesor Mriklo entendí que caos no es sinónimo de azar. Caos se refiere a una teoría —un conjunto ordenado de preceptos e ideas— sobre el desorden. No entendí. ¿Un sistema ordenado para entender el desorden?
Entonces dudé. Más allá del prestigio del profesor Mriklo, me fue imposible dejar de manifestar mi permanente escepticismo (hasta de mi reflejo he dudado). Además, al final se contradijo, pero ya había escuchado que era lo que el profesor hacía mejor.
Mriklo, que, nos dijo, de acuerdo con su padre, que así lo bautizó, quiere decir "genio milagroso". Y aunque fuera un nombre inventado —seguramente desde la manía—, le quedaba bien, le quedaba excelente.
Sigo pensando, más que en el caos, en todo lo que debió pasar por la cabeza del profesor para poder expresar con tanta claridad las ideas que de otra manera me habrían resultado ininteligibles. ¿Sería posible ordenarlo?
La idea central gira en torno a eso que en las ciencias más "puras" llaman error. Si no recuerdo mal (qué completa claridad y elocuencia, cómo olvidarlo) la teoría versa de la constante interacción entre el acierto y el error, entre el orden y el desorden, entre el conocimiento absoluto y la eterna ignorancia, "más allá de las matemáticas, mucho más allá de la termodinámica". Es así (por suerte lo apunté):
Piensen en el conocimiento del universo, por ejemplo, antes de la mecánica clásica de Newton. Fue tan contundente, tan rotundo, que la estampida de conocimiento, de predicción y de control subsecuentes terminó por hacer cada vez más huecos en la teoría. Así pasa con las teorías más revolucionarias de cualquier disciplina —no sólo en la ciencia—: crecen tanto que les resulta imposible, dado el momento, autocontenerse; es entonces cuando se comienzan a autoagujerar. Pero nadie está aquí para oírme hablar de Newton ni de física ni de mecánica, quieren saber cómo demonios se relaciona el caos con la voluntad del ser humano. Eso lo entenderán al final, una vez que entiendan que no es posible hacerlo. Váyanse.
Sonrió y nos fuimos.

22 de julio de 2010

De un viaje al Sol

Corría demasiado rápido ese maldito medio de transporte. Fue posible entonces encontrar el regalo que el Sol había dejado en la tierra para quien lo quisiera utilizar. Y no sólo para moverse, también para dejar de hacerlo. La tecnología y su avance, entonces lo entendí, funcionan para que las personas puedan moverse: más lejos, más rápido, en mayor cantidad; pero también funciona para que, poco a poco, dejen de hacerlo: más energía, más poder, mayor control.
Y todo por el Sol, con el que, al fin —era el 2022—, pudimos ponernos de acuerdo. Absurda la noción de control, pero así le llamaron. "Control Solar", apareció en los principales portales científicos de internet y de extranet, en la tierra y en las bases del sistema solar, respectivamente.
Era el 2022, paralelamente, cuando se conocieron. Ella tenía veinte y él veintidós. Accidentalmente, también pensaron en su luz. Él, curioso del comportamiento de las hormigas, le habló del Sol. Ella, metáfora del Sol, le habló de amor. Ambos entendieron lo mismo sin hablar de nada. En silencio. Un silencio azul y rojo: el rojo, de ella, venía del día; el azul, de él, de la noche.
Control absoluto sobre lo que el Sol nos brindó durante quién sabe cuántos años. Apenas entonces era posible. Y el acuerdo total, como decidieron llamarle quienes no entendían —o no quisieron entender— nada de ciencia, parecía prometer demasiado para todos. Crecimiento, progreso y, en última instancia, felicidad.
Fue brutal, sin embargo. Ocurrió en un solo día. Precedido de un cosquilleo innombrable, se miraron y, ya sin mirarse, se lo dijeron, ya sin hablarse, sólo con la boca. Y el Sol del día siguiente fue el más luminoso. Hubo nubes, pero hubo, también, un acuerdo implícito con el Sol.
La solución era, por demás, sencilla. Les llamé "Solicópteros". Contribuí, desde luego, y desde el principio. La idea no fue mía, sin embargo, al menos no inicialmente. Defiendo la noción de que no existen los "hilos negros" en lo que se refiere al proceso creativo de los seres humanos, a lo largo de toda nuestra historia cultural. Ex nihilo nihil fit. Lo que sí es posible es aprender a teñir de negro los pálidos hilos en que nadie ya piensa. Eso hice.
Pero fue después de ese día tan luminoso; fue quizás, incluso, la consecuencia de tal brillo. Y es que la causa inicial del brillo había sido consecuencia de otro brillo casual, mutuo pero individual, que cada uno había sentido en el interior tiempo antes de conocerse —en ocasiones llegaron a preguntarse si no habría sido después—.
El resumen de la idea con que contribuí al proyecto, tal como la envié a revisión, fue así:
Un Solicóptero es la forma más económica, funcional y eficiente de captación de energía solar. Es un dispositivo completamente autónomo, con un peso inferior a los 500kg, que funciona a partir de una sola batería recargable de ion-helio de 256 celdas. El Solicóptero porta, en la parte superior de su ligera carrocería, paneles solares UXV-4 de Sunsman® (reconocidos actualmente en el mercado por su eficiencia). El motor del Solicóptero es de bajo consumo energético, y la energía que utiliza es aportada, casi en su totalidad, por los paneles, y almacenada en la batería. Además de la hélice de vuelo, el Solicóptero cuenta con tres hélices suplementarias que cumplen con dos funciones principales: (1) apoyo en caso de falla mecánica y (2) generación de energía eólica. Cada uno de estos vehículos de captación, por último, cuenta con nueve cables de fibra óptica enriquecida con mielina artificial Humachine®, los cuales se encargan de transportar la energía solar a una central de acumulación eléctrica con capacidad para recibir el aporte de hasta cien unidades. Entre las principales ventajas de esta alternativa, en comparación con otras igualmente eficientes, destacan su relativo bajo costo y la altura a la que pueden llegar a volar, que evitará los problemas de energía solar inherentes a los días nublados.
Cuántas noches enteras pensando en el Sol, y cuántos días completos soñando.
Entre ellos, mientras tanto, el desequilibrio comenzó a manifestarse. Hablaron de un preámbulo. El Sol se eclipsó detrás de una gran nube, como una metáfora de lo que en la tierra podría suceder. Después vino la lluvia.
Pasaron así los días y las semanas, después los meses y los años. Las mayores catástrofes ambientales del siglo en curso habían, al menos de manera temporal, llegado a un fin. Los países más pobres de la tierra comenzaron a desarrollarse con los remanentes tecnológicos de los países más poderosos, que nunca dejaron de tener el control. Pero, dentro del desequilibrio económico que no dejó de manifestarse, hubo equilibrio social. Y es eso a lo más que puede aspirar cualquier filosofía política.
Tras mucho adivinarse, comenzaron a dudar. Las miradas cambiaron de color. El día por la noche y el rojo por el azul. Poco a poco, el acuerdo llegaba a su fin. Que lo supieron desde el principio, pero una vez que empieza es imposible detenerlo. Aunque hubiera sido posible parar —lo intentaron— llegaron hasta el final.
No fue mi proyecto, sin embargo, el que hizo posible el "Control Solar". Alguien tiñó de negro mi pálida idea. Así nacieron las estaciones flotantes, inmensas y costosas, pero muy eficientes. Viajaba en el Solar Train de Sydney a Queensland —habían sabido aprovechar la deficiencia en la capa de ozono para sacarle el máximo rendimiento al sol australiano— cuando pensé en todo lo que no pude pensar en 60 años. El tren alcanzaba velocidades promedio de 985 km/h, y viajar tan rápido sólo puede acelerar las ideas. Me acordé de ella, hacía mucho, metáfora del Sol. Pensé en las estaciones y pensé en el espacio: alguien teñiría de un negro espacial las actuales estaciones; alguien las mandaría fuera del planeta. Un mundo comunicado de manera inalámbrica, conectado con largos y costosos cables al Sol. Como siempre, algo que no necesitábamos se volvería indispensable.
El Sol de los dos se apagó. Lo dejaron apagarse, a decir verdad. Primero él; luego ella; después los dos, y al final ninguno. Cada quien consiguió, con el tiempo, recuperar el sol propio, pero ya no quisieron compartirlo.
Así, viajando a más de 900 kilómetros por hora, pensé en todo lo que se puede pensar después de vivir tanto. Como en aquel 2022 —ya había pasado mucho— sentí un cosquilleo. Esta vez fue el brazo izquierdo. Viaja demasiado rápido este maldito medio de transporte, pensé. Poco a poco, me fui quedando dormido, y decidí regalarme un último vistazo al Sol. Duró menos de dos minutos, después no lo volví a ver.
No amaneció igual, no para la tierra, ni para la gente de ciencia, tampoco para ellos dos, en aquel lejano 2022.
¿Cómo sería el siguiente amanecer? ¿Cómo la siguiente puesta?

21 de julio de 2010

Interpretación breve de la noción de progreso

Para que la piedra que arrojarás al mar la próxima vez que lo visites, tía Paty, pueda ir hacia adelante, es necesario que definamos, primero, qué entendemos por adelante. Ponernos de acuerdo en qué entendemos por piedra es una tarea mucho más fácil.
También podría rodar, con certeza, hacia abajo, y entonces ocurriría lo mismo, una vez que estamos de acuerdo en nuestra noción básica de piedra, que no cambiará a lo largo de estas líneas.
Así, ya con nuestra piedra-objeto y con nuestra piedra-concepto, tía Paty, te pido que la avientes lo más lejos que puedas. Aviéntala hacia adelante-concepto para que caiga en el mar-objeto y baje-concepto, y se hunda-concepto.
La noción de progreso es conceptual, puramente conceptual. No existe un solo referente factual para apoyarla. Y no es que sólo las cosas con referentes factuales sean reales —una idea, tía Paty, ya con que se te ocurra, existe— pero son las que más trabajo cuesta negar (la realidad no existe al aceptarla, existe ante la imposibilidad de negarla).
No te tienes que poner de acuerdo con nadie para ver una piedra, tal vez sólo para nombrarla; pero creo, tía Paty, con el perdón del tío Luis, que la piedra existe independientemente de su nombre; incluso, que existe y luego ya puede existir su nombre. La noción de progreso, como muchas otras, nace al revés: es necesario nombrarla primero para poder inventar un referente conceptual.
Y pensaba en el progreso, tía Paty, de los seres humanos (como individuos, como cultura y como especie), pues dicen algunos que somos el pináculo de la evolución, si existe.
Pero, regresando a la piedra, abajo podría ser adelante, el mar podría ser adelante, incluso atrás podría ser adelante; mientras tanto, la piedra seguirá siendo la misma, aunque le llames piedra, roca o monolito.
Así, tía Paty, esa noción de progreso que te vendieron en la televisión junto con tu próximo viaje al mar, no es más que una convención absurda y, por qué no, estéril. Se trata, tal vez, de no sufrir; probablemente el máximo exponente sea el Übermensch del tío Federico, o quizás, incluso, se trate del respeto universal.
No lo sé, tía Paty, a decir verdad, no sé a qué se refieran, pues sigo sin entender por qué hemos de decir que somos una especie más avanzada, con un mayor progreso evolutivo que, por ejemplo, las cucarachas.
Y tú, tía Paty, ¿qué entiendes por progreso?

5 de julio de 2010

Estampida

Lo que terminó por convertirse en la última espiral de destrucción no pudo nombrarse. Tardaron tanto en descifrar el evento inicial que se olvidaron de vivir sus consecuencias.
Sentado sobre la grama del Central Park, en Nueva York, el joven Mriklo observa a su alrededor. Una incipiente idea que, con el tiempo, se convertirá en su pasión. Mriklo no sabe nombrarlo todavía, pero piensa en el caos.
El combustible del campamento espacial Brimpliah no estaba listo, es la verdad que no admitirá el Departamento de Turismo Espacial Europeo. Tras una inesperada explosión que terminó con la vida de treinta y dos cadetes espaciales, y que significó una pérdida estimada en $984, 517 mdd, las investigaciones que jamás vieron la luz informaron sobre un error en la radiactividad media del uranio que energizaba la base.
El zoólogo británico Amir Stemasz divulga, a través de su último libro, "Del amanecer del universo al origen de la vida sin Dios", la idea que ha venido defendiendo décadas atrás: el universo y la vida, tal y como los conocemos actualmente, son el producto de una infinita sucesión de eventos aleatorios que, al ser interpretados desde la imperfecta capacidad mental humana, dan la impresión de un orden implícito o de un creador inteligente. Stemasz propone además, por primera vez desde que comenzó a escribir, que no sólo la religión y las creencias mágicas deben ser abolidas por completo del paquete cultural y educacional que reciben todos los niños en el mundo, sino que "...una mente contaminada, que cree en Dios o en cualquier otro tipo de ilusión mágica y omnipotente es una mente podrida que impedirá el progreso actual de la ciencia y la tecnología".
Son doce ya las horas ininterrumpidas de tortura. En la edad media la práctica del ocultismo y la negación del Dios cristiano significaban pasarla muy, pero muy mal. Moncant Amareu, curandero de marroquí radicado en España, dejará de sufrir dentro de poco tiempo, afortunadamente. La creencia en ciencias ocultas entorpecía la palabra de Dios, tal y como era entendida entonces por la Iglesia Católica y Apostólica de Roma.
Al final, el apocalipsis, que también así le llamaron, llegó. A partir de un único momento inicial, aleatorio, el caótico curso de las ideas de un joven Mriklo que termina por entender la existencia de Dios, tras leer las memorias de Sir Isaac Newton. Y aunque ni con el curso del tiempo fue posible determinar quién tuvo la razón, si Newton o Darwin, el universo decidió acabar con el mundo, empezando por el proyecto más ambicioso y costoso en la historia de la humanidad, y terminando con la humanidad misma.
Ya no hay nadie para poder afirmar si fue el azar o el caos, o si Dios o su voluntad o la del universo, pero es fundamental reconocer que, quien haya sido, supo terminar lo que empezó.