6 de diciembre de 2010

Relatividad

(Se estima que el siguiente texto fue escrito hace más de dos siglos, en el 2054. El autor es desconocido)

Nuestras interacciones, creo, dependen en su totalidad de nuestras interpretaciones; la única forma de evitar los conflictos es interactuar al margen de las interpretaciones sobre los estados emocionales de los demás, dentro de los límites de nuestra biología. Lo mismo es cierto para nuestra interacción intrapersonal, y de ahí se deriva el principio fundamental de la relatividad de nuestra realidad.

25 de octubre de 2010

Un caso del deporte

Nacidos casi en el mismo momento pero alejados por los papeles —un año— y por la distancia —uno en Argentina y el otro en Estados Unidos—. Pero genéticamente idénticos. Las condiciones ambientales, eso sí, diametralmente opuestas. Tanto que uno alcanzó la estatura de ciento noventa y tres centímetros y el otro apenas llegó a los ciento setenta y tres; el primero creció sano y sin porblemas, el otro sufrió un accidente y se quemó parte de la cara y el cuerpo.
Genéticamente idénticos. Y no cabe duda que las expresiones faciales las da la vida. Pero idénticos.
Uno nadó y nadó y el otro anotó y anotó goles. Ambos, sin duda, sobresalieron en su deporte.

14 de septiembre de 2010

Interludio

Fue la distancia, y la razón. Fue el "equipo de pensamiento" de que me hice antes del viaje. Fue ella, sobre todo; ella.
Y pensé en escribirle una carta. Después lo hice, y lo dije. Después de que le hablé y me habló —una especie de segunda primera vez— por fin hablamos los dos.
Y sí que todo era y fue un caos. Todavía —no ha pasado mucho— en ocasiones lo es, pero procuro, en lo que espero paciente en la estación Trukchame el tercer tren de la madrugada (3:35), pensar en cosas más estructuradas. Y es necesario. Lo es.
Entonces me distraje pensando en un otro-viaje, con ella, mientras el tren se acercaba lento. Lento. Me percato así de la proximidad y de la distancia entre un pensamiento y el otro. El orden se desdobla y expresa un desorden claro y preciso. Extraño. La extraño y por eso voy con ella.
En otro lugar —a veces en el mismo— el profesor Mriklo espera a que el otoño termine y pueda seguir con la clase. Yo pienso en otra cosa. Otra cosa, pienso, será el regreso. Y lo veré diferente, pienso, pues no se puede dejar de viajar. Parar sería sensato, y por eso lo hago, pero la importancia de seguir va más allá de lo que podría explicar. Más.
Y observo el desorden doblándose en un orden vago y azaroso. Pero es orden, pienso. Y ella, que me espera porque la espero. Para salir, juntos. Juntos. Se escucha entonces el aviso. Y tropiezo.
En el suelo, entonces, veo las figuras del deseo doblarse y desdoblarse. Y ya no sé cuál es el orden, pero tampoco cuál no. Me desdoblo en alguna forma que se convertirá en algo más.
—Llegas tarde —por fin le digo.
—Pero aquí estoy —dice—, y se hace tarde.
Nada como la ansiedad generada por la prisa, pienso. Me levanto y subimos. Y por fin, una vez más, comienza el movimiento.

2 de agosto de 2010

Inflexiones sobre el caos (6 de ∞, el error)

Habría preferido que lo hiciera de otra manera, pero el profesor Mriklo reconoció su error públicamente, en punto de las diez de la mañana, frente al grupo completo:
Hace unos días fue a visitarme su compañero Emjdi, estaba triste. Hablamos del Atractor de Lorenz y hablamos de las emociones, como aquí. Para dejarlo claro de una vez: el Atractor de Lorenz es una sistema dinámico ideal que debe trazarse en tres dimensiones; yo sólo les mostré una. Miren [nuevamente descubrió el primer pizarrón]:
Es una ecuación oscilatoria que depende sensiblemente de sus condiciones iniciales, pero siempre se va a parecer a sí misma, pues es un fractal. Ocurre que las vueltas que dé y el lugar en que las dé reflejan un comportamiento caótico (casi). Pero lo podemos dibujar.
La clase sonrió, parecía claro; al menos, se veía muy bien.
Ubiquen, ahora sí, sus emociones en cualquier parte del dibujo, pues éstas son, igual que el comportamiento de la atmósfera en la tierra, de naturaleza caótica. Las mías, también, y en ocasiones se desbordan.
Me miró directamente a los ojos y me dijo: "Háblales del piloto automático inverso y háblales, también, de mi error, Emjdi".
—Un piloto automático —dije— funciona para darle autonomía a un vehículo, en cuanto a la velocidad se refiere. Al activarse, el automóvil tomará como referencia la última velocidad que "sintió" y anulará cualquier aceleración subsecuente. Así, pues, si un piloto automático funciona para evitar, de manera automática, las fluctuaciones en la aceleración, uno inverso funciona para activarlas de manera automáticamente aleatoria, como las emociones.
Me detuve un momento a pensar lo que estaba por decir:
—Entenderemos, con el permiso del doctor —concluí— que si las emociones son regidas, naturalmente, por un piloto automático inverso, la voluntad puede encargarse de apagarlo y de controlar activamente las fluctuaciones.
Lo tenía ya bien pensado, pues supuse que algo de eso me preguntaría; pero no me imaginé que hablaría de su error, mucho menos pensé que me lo preguntaría frente a todos. Ni siquiera pensé que se hubiera tratado de un error, a decir verdad.
—¿Y mi error, Emjdi? —preguntó Mriklo—.
—El profesor no me lo supo explicar con claridad, creo —mentí—.
Mriklo cerró la clase de manera magistral:
Todo surge de lo que llamo acumulación aleatoria de error. Piensen, por ejemplo, en la comodidad de los seres humanos, ya sea material o intelectual. Cuando un científico estudia cualquier fenómeno en la naturaleza de manera cuantitativa, pondrá mucho más atención en sus aciertos que en sus errores. Supongan por ejemplo, que al estudiar la comodidad de los seres humanos, un mercadólogo cuantitativo encuentra la pantalla de televisión perfecta. En sus estudios —y esto ocurrió en 2022—, el Holandés Edwin Ver Meerkhof, encontró una ecuación lineal para ajustar las opiniones de cerca de 4, 000 participantes. Encontró que el 98% de ellos mostraban una inclinación inicial absoluta para adquirir el producto, mientras que el restante 2% no. ¿Qué hizo? Estudiar el error e ignorar al 98% restante. Eso hacen, generalmente, las comunidades creativas —músicos, químicos, pintores, escritores, físicos cuánticos, psicólogos— de manera inconsciente. El mérito de Ver Meerkhof fue explicitarlo. Ese 2% que no se adecuó a su modelo se convirtió en su nuevo 100%, y ya saben a dónde voy. Resulta que corrigió el error en la ecuación inicial, para así poder incluir al 96.75% del 2% que inicialmente sólo pudo explicar con la palabra azar. Eso es el caos: una infinita acumulación aleatoria de error. Váyanse.
Todos se fueron; yo decidí quedarme para preguntarle al profesor cuál había sido la fuente de su error, pero no quiso hablar más del tema.

30 de julio de 2010

Inflexiones sobre el caos (5 de ∞, Emjdi)

Casi siempre, en horas de clase, era posible encontrarlo en su cubículo. La puerta estaba abierta y el profesor pensaba con los ojos cerrados. Casi hablaba. Se dio cuenta de mi presencia cuando, sin abrir los ojos, se orientó hacia mí.
—Sé que no es oportuno, doctor Mriklo, pero últimamente no he conseguido conciliar la calma.
—Pasa, Emjdi —el profesor me miró a los ojos con calidez—. Y por favor dime Mriklo.
Me senté. No pensé que supiera mi nombre, pero me hablaba como si nos conociéramos desde hacía tiempo. Su cubículo era un lugar pequeño y confortable. Sólo tenía un escritorio azul y una pequeña computadora personal blanca, modelo 2008 —antiquísima—.
—Ya no las hacen como antes, ya no. Aquí escribí mi primer libro, hace mucho, cuando recién me la regalaron —hizo una breve pausa y se sonrojó—. Dime, Emjdi, qué quieres.
—Saber cómo hacer para no estar tan triste —no tardé en contestar.
—¿Y para qué querrías evitarlo? —preguntó.
—No dejo de pensar en la onda de Lorenz, Mriklo.
—Porque quieres, desde luego. Y estás triste por que quieres, también.
Repentinamente, el profesor Mriklo comenzó a llorar desconsoladamente, pero sólo durante unos segundos. Después se secó las lágrimas y sonrió.
—Mira, Emjdi, la voluntad es como un piloto automático inverso —me miró fijamente a los ojos, entendiendo, creo, mi desconcierto—. Sabes qué es un piloto automático, ¿cierto?
—Lo enciendes y dejas que tome el control de la velocidad del vehículo —dije—, pero mantendrá una aceleración nula —me detuve a pensar por un momento, sabía que Mriklo esperaría también—. Entonces un piloto automático inverso, hablando de la voluntad, ¿podría referirse a algo que está programado para que las cosas fluctúen al azar?
—Me recuerdas tanto a ella, Emjdi, que si no fueras mi alumno...
No supe por qué sonreí; no quería, pero le regalé una enorme y ruborizada sonrisa, una genuina. Le agradecí su tiempo y me fui.

29 de julio de 2010

Inflexiones sobre el caos (4 de ∞, Fractales)


Entenderemos un fractal, de manera convencional —pues hay muchas formas de hacerlo— como algo que se parece a sí mismo sin importar qué tan grandes o pequeños sean los lentes con que lo veamos. Ahora miren este dibujo, por favor [y descubrió entonces el primer pizarrón]:
Es necesario, absolutamente necesario, darle un orden a las ideas, aunque nuestro interés principal sea el contrario.
El profesor Mriklo había comenzado a hablar sin ningún preámbulo en punto de las diez de la mañana, que era la hora a la que empezaba la clase ese día. Ya nos esperaba adentro. Preguntó:
¿Alguien sabe qué es una onda sinusoidal?
Varios alzaron la mano; yo preferí esperar:
Entonces estarán familiarizados con la naturaleza cíclica de las emociones, muchachos. Recuerden que por más que les ensucie el camino hablando de matemáticas, filosofía, física cuántica o mecánica, por decir cualquier cosa, el interés principal se centra en todo, partiendo de la voluntad del ser humano, y llegando ahí mismo.
La claridad era evidente y embriagante:
Pues resulta que yo pensaba que la mejor forma de entender las emociones, cuando todavía negaba la naturaleza caótica de la naturaleza —y su orden, y sus animales, como ustedes y como yo—, era a partir de una sencilla ecuación sinusoidal. Como el corazón que nos hace vivir: late y luego no; late y luego no; late y luego no; y así hasta que, para siempre, deja de latir (y luego no). Pero qué absoluta taquicardia me produjo la idea. Miren este otro dibujo, muchachos [el profesor descubrió el segundo pizarrón]:


No fue difícil notar el asombro que mostró la clase completa. Es verdad que le faltaban dos dimensiones, pero, lejos de parecerse a sí misma, esa onda no se parecía a nada. Probablemente si hubiéramos sentido con anterioridad, como Lorenz, una atracción hacia el caos, la imagen nos habría resultado más clara, pero no fue así.
Es necesario ahora romperles el corazón, o de menos generarles una bonita taquicardia: las emociones parecen ser más como el Atractor de Lorenz que como el burdo seno. Y la guía, ésa que determina la altura y la posición de los picos más altos, es completamente voluntaria.
Por fin el profesor nos regalaba una idea clara y concisa para entender algo que tuviera que ver con psicología. Pero después, como era de esperarse —inesperadamente— vino el veneno:
No existe en la naturaleza, sin embargo, muchachos, nada tan artificial como un fractal, si bien los caracoles, por ejemplo, lentamente se acercan sin jamás tocarlos. Parece que algunos teóricos del caos quisieran ignorar para siempre esta idea. Me refiero a que los fractales son una de tantas, de tantísimas maneras idealizadas de entender el desorden. Pero al golpearnos de bruces contra el azar, nos daremos cuenta de que es sólo eso: una idea. Ya entenderán, más adelante, que el caos no es otra cosa que un error eternamente magnificado en la medición de cualquier cosa.
Por primera vez en lo que llevaba el curso, la lucidez del profesor Mriklo no concurrió con una explicación clara. O quizás fuera claro, no lo sé, pero me costó trabajo entender la idea final:
Dicen quienes gustan de creer que algún día podremos desentrañarle el corazón a este misterioso rey, que existe un orden implícito en el caos; pero no (o sí), y se darán cuenta cuando intenten medir el error en la medición de, digamos, la libertad de Schopenhauer. Váyanse.
Nos fuimos y, tal vez como consecuencia de ello, sonrió.

27 de julio de 2010

Inflexiones sobre el caos (3 de ∞, los dos mundos)

De manera inusual, el profesor Mriklo llegó algo tarde a la clase. No sonreía, pero había algo aún más raro que eso en su talante. De cualquier manera comenzó:
Antes de envenenarlos les daré el antídoto, aunque sé que no querrán usarlo, una vez que decidan tomarse el veneno.
Su voz sonaba algo apagada y, por el tono y la convicción con la que comenzó a hablar, casi toda la clase mostró desconcierto. Siguió:
Éste es un mundo de mundos, de muchos, muchos, mundos. Sólo por conveniencia resulta sensato afirmar que son dos los mundos principales que conforman el mundo que conocen. Pragma y Caos, si les resulta cómodo.
A diferencia de otras sesiones —reconociendo el poco tiempo que tenía de conocer al profesor—, Mriklo hablaba con hermetismo, pero creo que pude rescatar la idea principal: hasta el ser humano más caótico come, caga y coge (aunque sea con las manos).
Fue una gran paradoja, o una impresionante claridad ajena a sus palabras, aunque tardé mucho en descifrarlo. Todo lo que quería decir, creo, es que no es saludable embeberse en el eterno mundo de las ideas, por cómodas o atroces que éstas fueren.
Interesante saber que cuanto más absorto estaba el profesor en alguna idea incómoda, tanto más alentaba al grupo a moverse en el mundo pragmático, aunque la opaca sequedad de su discurso apenas permitiera comprenderlo.
Se refirió a dos mundos fundamentales y un mundo puente, que desestimó con tal gravedad que el mismísimo Ludwig Wittgenstein habría querido responderle algo. Habló del mundo de los hechos y del mundo de las ideas, conectados a través del lenguaje. "La relación que guarda uno con otro", explicó, "es de naturaleza platónica, ideal".
Fue la única sonrisa que el profesor Mriklo esbozó a lo largo de la clase, fue la única idea clara:
Los hechos y las ideas están conectados a través de un puente ideal. Así, los hechos son ideas al cuadrado, ideas aceleradas, ideas que salen y, sin saber cómo, de manera aleatoria, consiguen alterar el mundo material.
No dijo nada después, pero entendimos todos, tras la pálida sonrisa, que era hora de irnos.

Inflexiones sobre el caos (2 de ∞, la digresión)

—Joven Mriklo, ahora qué hace —preguntó el doctor Amoah.
—Pienso, profesor, pienso en todo lo que jamás voy a poder pensar.
Tras dudarlo un instante, el doctor Amoah fue directo en su respuesta:
—No piense demasiado entonces, joven Mriklo: haga. Y ante su inminente respuesta, pues sé que me dirá que pensar es hacer, piense antes de hacerlo. Nunca es demasiado grande para usted, así como siempre es demasiado pequeño. No use esas palabrotas, joven Mriklo, no las use nunca más —el profesor Amoah ahogó una carcajada solemne.
Tras el silencio, Mriklo pudo entender la naturaleza de la naturaleza, que equivale a decir que no entendió nada. Pero lo supo asimilar y lo supo expresar. Sería después, claro, sería mucho después, y sería paulatino.

26 de julio de 2010

Inflexiones sobre el caos (1 de ∞)

Al salir de la primera clase del profesor Mriklo entendí que caos no es sinónimo de azar. Caos se refiere a una teoría —un conjunto ordenado de preceptos e ideas— sobre el desorden. No entendí. ¿Un sistema ordenado para entender el desorden?
Entonces dudé. Más allá del prestigio del profesor Mriklo, me fue imposible dejar de manifestar mi permanente escepticismo (hasta de mi reflejo he dudado). Además, al final se contradijo, pero ya había escuchado que era lo que el profesor hacía mejor.
Mriklo, que, nos dijo, de acuerdo con su padre, que así lo bautizó, quiere decir "genio milagroso". Y aunque fuera un nombre inventado —seguramente desde la manía—, le quedaba bien, le quedaba excelente.
Sigo pensando, más que en el caos, en todo lo que debió pasar por la cabeza del profesor para poder expresar con tanta claridad las ideas que de otra manera me habrían resultado ininteligibles. ¿Sería posible ordenarlo?
La idea central gira en torno a eso que en las ciencias más "puras" llaman error. Si no recuerdo mal (qué completa claridad y elocuencia, cómo olvidarlo) la teoría versa de la constante interacción entre el acierto y el error, entre el orden y el desorden, entre el conocimiento absoluto y la eterna ignorancia, "más allá de las matemáticas, mucho más allá de la termodinámica". Es así (por suerte lo apunté):
Piensen en el conocimiento del universo, por ejemplo, antes de la mecánica clásica de Newton. Fue tan contundente, tan rotundo, que la estampida de conocimiento, de predicción y de control subsecuentes terminó por hacer cada vez más huecos en la teoría. Así pasa con las teorías más revolucionarias de cualquier disciplina —no sólo en la ciencia—: crecen tanto que les resulta imposible, dado el momento, autocontenerse; es entonces cuando se comienzan a autoagujerar. Pero nadie está aquí para oírme hablar de Newton ni de física ni de mecánica, quieren saber cómo demonios se relaciona el caos con la voluntad del ser humano. Eso lo entenderán al final, una vez que entiendan que no es posible hacerlo. Váyanse.
Sonrió y nos fuimos.

22 de julio de 2010

De un viaje al Sol

Corría demasiado rápido ese maldito medio de transporte. Fue posible entonces encontrar el regalo que el Sol había dejado en la tierra para quien lo quisiera utilizar. Y no sólo para moverse, también para dejar de hacerlo. La tecnología y su avance, entonces lo entendí, funcionan para que las personas puedan moverse: más lejos, más rápido, en mayor cantidad; pero también funciona para que, poco a poco, dejen de hacerlo: más energía, más poder, mayor control.
Y todo por el Sol, con el que, al fin —era el 2022—, pudimos ponernos de acuerdo. Absurda la noción de control, pero así le llamaron. "Control Solar", apareció en los principales portales científicos de internet y de extranet, en la tierra y en las bases del sistema solar, respectivamente.
Era el 2022, paralelamente, cuando se conocieron. Ella tenía veinte y él veintidós. Accidentalmente, también pensaron en su luz. Él, curioso del comportamiento de las hormigas, le habló del Sol. Ella, metáfora del Sol, le habló de amor. Ambos entendieron lo mismo sin hablar de nada. En silencio. Un silencio azul y rojo: el rojo, de ella, venía del día; el azul, de él, de la noche.
Control absoluto sobre lo que el Sol nos brindó durante quién sabe cuántos años. Apenas entonces era posible. Y el acuerdo total, como decidieron llamarle quienes no entendían —o no quisieron entender— nada de ciencia, parecía prometer demasiado para todos. Crecimiento, progreso y, en última instancia, felicidad.
Fue brutal, sin embargo. Ocurrió en un solo día. Precedido de un cosquilleo innombrable, se miraron y, ya sin mirarse, se lo dijeron, ya sin hablarse, sólo con la boca. Y el Sol del día siguiente fue el más luminoso. Hubo nubes, pero hubo, también, un acuerdo implícito con el Sol.
La solución era, por demás, sencilla. Les llamé "Solicópteros". Contribuí, desde luego, y desde el principio. La idea no fue mía, sin embargo, al menos no inicialmente. Defiendo la noción de que no existen los "hilos negros" en lo que se refiere al proceso creativo de los seres humanos, a lo largo de toda nuestra historia cultural. Ex nihilo nihil fit. Lo que sí es posible es aprender a teñir de negro los pálidos hilos en que nadie ya piensa. Eso hice.
Pero fue después de ese día tan luminoso; fue quizás, incluso, la consecuencia de tal brillo. Y es que la causa inicial del brillo había sido consecuencia de otro brillo casual, mutuo pero individual, que cada uno había sentido en el interior tiempo antes de conocerse —en ocasiones llegaron a preguntarse si no habría sido después—.
El resumen de la idea con que contribuí al proyecto, tal como la envié a revisión, fue así:
Un Solicóptero es la forma más económica, funcional y eficiente de captación de energía solar. Es un dispositivo completamente autónomo, con un peso inferior a los 500kg, que funciona a partir de una sola batería recargable de ion-helio de 256 celdas. El Solicóptero porta, en la parte superior de su ligera carrocería, paneles solares UXV-4 de Sunsman® (reconocidos actualmente en el mercado por su eficiencia). El motor del Solicóptero es de bajo consumo energético, y la energía que utiliza es aportada, casi en su totalidad, por los paneles, y almacenada en la batería. Además de la hélice de vuelo, el Solicóptero cuenta con tres hélices suplementarias que cumplen con dos funciones principales: (1) apoyo en caso de falla mecánica y (2) generación de energía eólica. Cada uno de estos vehículos de captación, por último, cuenta con nueve cables de fibra óptica enriquecida con mielina artificial Humachine®, los cuales se encargan de transportar la energía solar a una central de acumulación eléctrica con capacidad para recibir el aporte de hasta cien unidades. Entre las principales ventajas de esta alternativa, en comparación con otras igualmente eficientes, destacan su relativo bajo costo y la altura a la que pueden llegar a volar, que evitará los problemas de energía solar inherentes a los días nublados.
Cuántas noches enteras pensando en el Sol, y cuántos días completos soñando.
Entre ellos, mientras tanto, el desequilibrio comenzó a manifestarse. Hablaron de un preámbulo. El Sol se eclipsó detrás de una gran nube, como una metáfora de lo que en la tierra podría suceder. Después vino la lluvia.
Pasaron así los días y las semanas, después los meses y los años. Las mayores catástrofes ambientales del siglo en curso habían, al menos de manera temporal, llegado a un fin. Los países más pobres de la tierra comenzaron a desarrollarse con los remanentes tecnológicos de los países más poderosos, que nunca dejaron de tener el control. Pero, dentro del desequilibrio económico que no dejó de manifestarse, hubo equilibrio social. Y es eso a lo más que puede aspirar cualquier filosofía política.
Tras mucho adivinarse, comenzaron a dudar. Las miradas cambiaron de color. El día por la noche y el rojo por el azul. Poco a poco, el acuerdo llegaba a su fin. Que lo supieron desde el principio, pero una vez que empieza es imposible detenerlo. Aunque hubiera sido posible parar —lo intentaron— llegaron hasta el final.
No fue mi proyecto, sin embargo, el que hizo posible el "Control Solar". Alguien tiñó de negro mi pálida idea. Así nacieron las estaciones flotantes, inmensas y costosas, pero muy eficientes. Viajaba en el Solar Train de Sydney a Queensland —habían sabido aprovechar la deficiencia en la capa de ozono para sacarle el máximo rendimiento al sol australiano— cuando pensé en todo lo que no pude pensar en 60 años. El tren alcanzaba velocidades promedio de 985 km/h, y viajar tan rápido sólo puede acelerar las ideas. Me acordé de ella, hacía mucho, metáfora del Sol. Pensé en las estaciones y pensé en el espacio: alguien teñiría de un negro espacial las actuales estaciones; alguien las mandaría fuera del planeta. Un mundo comunicado de manera inalámbrica, conectado con largos y costosos cables al Sol. Como siempre, algo que no necesitábamos se volvería indispensable.
El Sol de los dos se apagó. Lo dejaron apagarse, a decir verdad. Primero él; luego ella; después los dos, y al final ninguno. Cada quien consiguió, con el tiempo, recuperar el sol propio, pero ya no quisieron compartirlo.
Así, viajando a más de 900 kilómetros por hora, pensé en todo lo que se puede pensar después de vivir tanto. Como en aquel 2022 —ya había pasado mucho— sentí un cosquilleo. Esta vez fue el brazo izquierdo. Viaja demasiado rápido este maldito medio de transporte, pensé. Poco a poco, me fui quedando dormido, y decidí regalarme un último vistazo al Sol. Duró menos de dos minutos, después no lo volví a ver.
No amaneció igual, no para la tierra, ni para la gente de ciencia, tampoco para ellos dos, en aquel lejano 2022.
¿Cómo sería el siguiente amanecer? ¿Cómo la siguiente puesta?

21 de julio de 2010

Interpretación breve de la noción de progreso

Para que la piedra que arrojarás al mar la próxima vez que lo visites, tía Paty, pueda ir hacia adelante, es necesario que definamos, primero, qué entendemos por adelante. Ponernos de acuerdo en qué entendemos por piedra es una tarea mucho más fácil.
También podría rodar, con certeza, hacia abajo, y entonces ocurriría lo mismo, una vez que estamos de acuerdo en nuestra noción básica de piedra, que no cambiará a lo largo de estas líneas.
Así, ya con nuestra piedra-objeto y con nuestra piedra-concepto, tía Paty, te pido que la avientes lo más lejos que puedas. Aviéntala hacia adelante-concepto para que caiga en el mar-objeto y baje-concepto, y se hunda-concepto.
La noción de progreso es conceptual, puramente conceptual. No existe un solo referente factual para apoyarla. Y no es que sólo las cosas con referentes factuales sean reales —una idea, tía Paty, ya con que se te ocurra, existe— pero son las que más trabajo cuesta negar (la realidad no existe al aceptarla, existe ante la imposibilidad de negarla).
No te tienes que poner de acuerdo con nadie para ver una piedra, tal vez sólo para nombrarla; pero creo, tía Paty, con el perdón del tío Luis, que la piedra existe independientemente de su nombre; incluso, que existe y luego ya puede existir su nombre. La noción de progreso, como muchas otras, nace al revés: es necesario nombrarla primero para poder inventar un referente conceptual.
Y pensaba en el progreso, tía Paty, de los seres humanos (como individuos, como cultura y como especie), pues dicen algunos que somos el pináculo de la evolución, si existe.
Pero, regresando a la piedra, abajo podría ser adelante, el mar podría ser adelante, incluso atrás podría ser adelante; mientras tanto, la piedra seguirá siendo la misma, aunque le llames piedra, roca o monolito.
Así, tía Paty, esa noción de progreso que te vendieron en la televisión junto con tu próximo viaje al mar, no es más que una convención absurda y, por qué no, estéril. Se trata, tal vez, de no sufrir; probablemente el máximo exponente sea el Übermensch del tío Federico, o quizás, incluso, se trate del respeto universal.
No lo sé, tía Paty, a decir verdad, no sé a qué se refieran, pues sigo sin entender por qué hemos de decir que somos una especie más avanzada, con un mayor progreso evolutivo que, por ejemplo, las cucarachas.
Y tú, tía Paty, ¿qué entiendes por progreso?

5 de julio de 2010

Estampida

Lo que terminó por convertirse en la última espiral de destrucción no pudo nombrarse. Tardaron tanto en descifrar el evento inicial que se olvidaron de vivir sus consecuencias.
Sentado sobre la grama del Central Park, en Nueva York, el joven Mriklo observa a su alrededor. Una incipiente idea que, con el tiempo, se convertirá en su pasión. Mriklo no sabe nombrarlo todavía, pero piensa en el caos.
El combustible del campamento espacial Brimpliah no estaba listo, es la verdad que no admitirá el Departamento de Turismo Espacial Europeo. Tras una inesperada explosión que terminó con la vida de treinta y dos cadetes espaciales, y que significó una pérdida estimada en $984, 517 mdd, las investigaciones que jamás vieron la luz informaron sobre un error en la radiactividad media del uranio que energizaba la base.
El zoólogo británico Amir Stemasz divulga, a través de su último libro, "Del amanecer del universo al origen de la vida sin Dios", la idea que ha venido defendiendo décadas atrás: el universo y la vida, tal y como los conocemos actualmente, son el producto de una infinita sucesión de eventos aleatorios que, al ser interpretados desde la imperfecta capacidad mental humana, dan la impresión de un orden implícito o de un creador inteligente. Stemasz propone además, por primera vez desde que comenzó a escribir, que no sólo la religión y las creencias mágicas deben ser abolidas por completo del paquete cultural y educacional que reciben todos los niños en el mundo, sino que "...una mente contaminada, que cree en Dios o en cualquier otro tipo de ilusión mágica y omnipotente es una mente podrida que impedirá el progreso actual de la ciencia y la tecnología".
Son doce ya las horas ininterrumpidas de tortura. En la edad media la práctica del ocultismo y la negación del Dios cristiano significaban pasarla muy, pero muy mal. Moncant Amareu, curandero de marroquí radicado en España, dejará de sufrir dentro de poco tiempo, afortunadamente. La creencia en ciencias ocultas entorpecía la palabra de Dios, tal y como era entendida entonces por la Iglesia Católica y Apostólica de Roma.
Al final, el apocalipsis, que también así le llamaron, llegó. A partir de un único momento inicial, aleatorio, el caótico curso de las ideas de un joven Mriklo que termina por entender la existencia de Dios, tras leer las memorias de Sir Isaac Newton. Y aunque ni con el curso del tiempo fue posible determinar quién tuvo la razón, si Newton o Darwin, el universo decidió acabar con el mundo, empezando por el proyecto más ambicioso y costoso en la historia de la humanidad, y terminando con la humanidad misma.
Ya no hay nadie para poder afirmar si fue el azar o el caos, o si Dios o su voluntad o la del universo, pero es fundamental reconocer que, quien haya sido, supo terminar lo que empezó.

10 de junio de 2010

La religión de la ciencia

Nunca quise decir que estas palabras fueran algo distinto a la especulación. La diferencia, quizá, fue el método que empleé para especular. Pero ni siquiera es eso lo más importante.
Todo lo que quiero decir es que debe existir un punto de convergencia. Cuando parto del supuesto de que para todos —incluso para los ateos y para los agnósticos— existe un Dios, es porque, en un sentido amplio y flexible, no puede haber mucha discusión al respecto. Incluso para el hombre de ciencia más determinista y dogmático lo hay. Dios es una palabra, y cada quién le atribuye un significado diferente de acuerdo con su educación y, sobre todo, de acuerdo con su experiencia; todos han tenido una experiencia apoteósica en la Tierra, pero no todos lo dicen.
Así, el hombre de ciencia que le llama azar al inicio de los tiempos del Universo, tiene un Dios: el caos. Pero, ¿qué hay del fanático religioso musulmán, del judío, del cristiano, del católico o del budista? Cada quien tiene un Dios, pero no de una manera muy diferente a los distintos conceptos de Dios que cada practicante de una misma religión pueda tener.
Así, quizás un pastor protestante no hable de lo mismo un monje budista al decir Dios. Pero tampoco dos pastores protestantes pueden hablar de lo mismo.
Estoy convencido de que debe existir un punto de convergencia entre lo que la gente educada pueda creer desde la academia —por convicción o por obligación— y lo que la gente menos educada (o más, no importa) entiende por Dios, más allá de cualquier orientación religiosa.
Y ese punto, si no me equivoco, yace en el origen del tiempo y del universo. El primer contacto que tuvo el azar consigo mismo ¿Quién creó el azar —como quiera entenderse— que inició el caos? O el primer chispazo divino. ¿Quién creó al Dios —como quiera entenderse— que creó este mundo?

12 de mayo de 2010

Todas las cosas

Corría el año 1914. Sir Arthur McKingley decidió intentar todo para hacerlo todo. En ese año había menos cosas que ahora. De cualquier forma, eran demasiadas.
La falacia dice que el no saber que algo es imposible lo hace posible. Sir Arthur no sabía que era imposible. No lo logró, igual. Nadie como él poseía tanto talento innato para hacerlo todo; nadie como él podría haberlo hecho todo. Nadie como él pudo darse cuenta de que no es posible hacerlo todo. Lo interesante es que lo intentó.
En el coro de la iglesia, a los 14 años, deslumbró a propios y extraños con su inigualable voz. En la facultad de ciencias de la hoy extinta y desconocida Universidad de Forgettinham nadie como él, a los 15, destellaba por su lucidez. Sabía los mejores trucos de magia. Bailaba como ninguno. Hablaba con precisión y claridad. Era un deportista excepcional. Pudo ser ingeniero, como su padre, e inventar cosas que nadie se habría imaginado. Dicen que a los 5 tocaba el piano como un prodigio. Respetuoso y atento, siempre ayudaba a sus amigos para resolver cualquier tipo de problemas.
El verdadero e irresoluble problema de McKingley llegó cuando cumplió 32 años. Corría el año 1914 cuando decidió, confiado en sus talentos, dominar el arte de dominarlo todo. Cuando se habla acerca de pensar afuera de la caja, se le rinde un tributo directo a Sir Arthur McKingley, quien nunca supo que no hay una caja suficientemente pequeña como para no poder meter dentro de ella otra caja, ni una tan grande que no quepa en otra caja, aunque se acercó.
Cuando McKingley murió no cantaba ni bailaba ni hacía magia ni inventaba ni tocaba el piano. Ya no era un científico, ya no ayudaba, ya no resolvía. Solamente pensaba. Y es que cualquiera piensa mejor que cualquiera cuando pensar se reduce a un proceso privado, sin productos, sin resultados. Y cuántos como él, desconocido, no estarán construyendo ahora la caja más grande del mundo, o buscando la más pequeña.
Porque "no se puede ser y hacer todo en la vida", de acuerdo con el último párrafo de las memorias de un ciudadano parcial y totalmente desconocido, pues "el verdadero valor de la vida está en no dejar de conocer jamás". Apunta McKingley, por último, que "de haber sabido esto al momento de mi nacimiento, me habría dedicado a todas esas cosas que conocí sin practicar. Sería, tal vez, un médico medianamente bueno. Qué bueno que nacemos sin saber nada, pues sólo así puedo ahora afirmar que moriré habiendo intentado hacerlo y conocerlo todo. Ahora, que ya no hago nada, desconozco mucho, pero mucho más."
Por suerte, Sir Arthur McKingley nació sin conocer ni desconocer nada y murió conociendo y desconociendo mucho más. Porque en medio, durante eso a lo que llaman vida, se atrevió a practicar sin conocer.
No lo logró. Era imposible y, aunque no lo sabía, siguió siendo imposible. Es a partir de ejemplos como éste que cobra sentido la idea de que la etiqueta "imposible" es una que se adjudica a partir de la práctica, no de la especulación —especulo ahora desde la autoridad de su único biógrafo; pues es imposible, creo, determinar si es posible hacerlo todo—.

3 de mayo de 2010

El nudo

—¿Dónde andará el nudo del mundo?

—¿Dónde andarán ellos? —se pregunta él.

Dónde andaremos nosotros: —¿Vamos cerca? ¿Preguntaste bien?—.

¿Y si ése mundo fuéramos nosotros? Sería algo no sólo complicado de explicar, sería algo complicado de entender.

4 de abril de 2010

Predicción

Fue en el año 2033 cuando, finalmente, consiguieron determinar con precisión casi absoluta (99.82%) el comportamiento completo de una persona a lo largo de su vida entera.
Fue un gran logro para las ciencias del comportamiento humano, en particular, y para las doctrinas más deterministas de la ciencia, en general.
Hubo un único problema; para lograr tan contundente y abrumador hallazgo, el grupo de científicos de la Universidad de Brasilia —encabezados por el aclamado doctor Gonçalves y apoyados en un hallazgo menos sonado pero igualmente alentador que el estudiante Martín Riveira dio a conocer en su tesis de licenciatura titulada "Informe parcial de cinco aplicaciones neuroconductuales de los principios del conductismo de William Schoenfeld"— tuvo que aislar por completo al individuo. Algo similar a lo que ocurrió cuando se descifró por vez primera el código genético de los seres humanos; años más tarde dos biólogos canadienses, especializados en primates, corregirían un pequeño error aislando células madre generadas artificialmente a partir de ADN africano, y conseguirían, así, no sólo clonar con éxito al primer humano, sino establecer una metodología exacta (que difícilmente ellos siguieron al principio) que permitiría estandarizar la práctica "con fines médicos".
El problema fue que el individuo cuyo comportamiento fue aislado tuvo, necesariamente, que ser aislado durante el largo de su trágica pero ilustradora vida. No se le permitió conocer a nadie; el único contacto humano que pudo atesorar en su memoria —especularon Gonçalves y Riveira en las conclusiones de su libro "Una vida para la ciencia: comportamiento científico", pues, como parte del experimento, nunca dieron ningún tipo de instrucción a su sujeto— fue momentos antes de su muerte, gracias a lo que se obtuvo el margen de error (0.18%) en la predicción total de su conducta vital.
Así, como suele ocurrir en la mayoría de la investigación básica, el experimento aportó muy poco al campo aplicado del estudio del cerebro y de las ciencias del comportamiento. Pero se supo con certeza cómo y en qué momentos el sujeto se movería; la naturaleza y la ubicación temporal exacta de sus respuestas emocionales —cuatro en total—; la manifestación específica de sus deseos bilógicos, y la edad exacta (23 años, 10 meses y 15 días) a la que murió.
Doce años después de estos hallazgos, sin embargo, se sigue cuestionando la ética de uno de los estudios longitudinales que más detractores ha tenido en la historia de la psicología. Si bien el método y los resultados son absolutamente certeros, una gran parte de la comunidad científica le cuestiona áridamente a Gonçalves haber utilizado como sujeto de investigación a su propio clon. No se sabe, por tanto, en qué medida el genio de Riveira y, sobre todo, la voluntad de Gonçalves, serán replicables.
Algo es cierto, de acuerdo con aquéllos que siguieron de cerca el caso, y eso es que cada vez se ve menos lejana la posibilidad de comprobar lo que John B. Watson aseveró en 1930. Es verdad que Gonçalves y Riveira concluyeron con vehemencia que sus datos difícilmente podrían utilizarse, sin un correcto seguimiento desde la investigación aplicada, de manera tecnológica; pero de los doce infantes que Watson propuso condicionar para seguir carreras tan disímiles como la abogacía y la felonía, se vislumbra ahora, 120 años después, la posibilidad de, al menos, establecer las condiciones que hacen que alguien dedique su vida al letargo —ya sea por voluntad propia o por la de la calca de sus genes, en donde, dicen, yace la voluntad—.

9 de febrero de 2010

Mriklo

La pregunta es si las partículas de café que Mriklo ve en un lejano lugar del mundo a través de su microscopio serán las mismas que las que veríamos nosotros si hiciéramos lo mismo que hace él.
La respuesta es que sí; probablemente veríamos las mismas partículas (o unas muy parecidas) comportándose de la misma manera (o de una muy parecida) al ver una pequeña muestra de café en un potente microscopio óptico con 200 aumentos. Quizás aun si Mriklo comunicara sus resultados de manera independiente a la nuestra (si también lo hiciéramos) encontraríamos el paralelismo. Pero no hay nada nuevo, todo es obvio, todo es evidente, todo es de sentido común.
La pregunta que se hace Mriklo, en algún lejano lugar del mundo, es si está viendo la realidad más de cerca (a partir de lo que sus ojos solos, de manera natural, no podrían alcanzar), si está viendo una nueva realidad (suponiendo que nadie jamás hubiera visto un poco de café a través de un microscopio con 200 aumentos) o si está inventando una realidad que antes no existía (suponiendo que lo que Mriklo observa a través del microscopio es completamente ajeno a la naturaleza real del café y de los cristales que conforman el mismo microscopio).
La razón por la que, hipotéticamente, hacemos el mismo ejercicio de observación que nuestro lejano amigo es para responder su pregunta. Si vemos y reportamos lo mismo que Mriklo de manera independiente, ¿estamos viendo, de cerca, la misma realidad; estamos compartiendo el descubrimiento una nueva realidad, o estamos ante una extraordinaria coincidencia, al inventar de manera conjunta una misma realidad que antes no existía?
La pregunta de Mriklo se reduce a si la realidad es eso que percibimos de manera natural a través de nuestros sentidos. La realidad podría ser muy vasta y tener una composición infinita e inmutable, de tal suerte que la constante interacción de agentes reales (cosas que pertenecen a esta realidad, independientemente de un sujeto que las conozca) produzca nuevos descubrimientos para los que se interesan en ella. La realidad podría, también, reinventarse sola todo el tiempo, gracias a gente como Mriklo (que forma parte de ella), en una armoniosa relación interdependiente con los sujetos que la conocen. Pero la realidad podría, por último, ser el producto de los agentes que la conocen, estar construida y formulada a partir de ellos y depender de lo que es capaz de inventar alguien cuando la razón lo orilla a poner una serie de cristales juntos y ver unas gotas de café.
La pregunta, realmente, es: si Mriklo no existe, ¿cómo podemos saber que lo que él reflexiona, a partir de la imaginación, es real?