14 de septiembre de 2010

Interludio

Fue la distancia, y la razón. Fue el "equipo de pensamiento" de que me hice antes del viaje. Fue ella, sobre todo; ella.
Y pensé en escribirle una carta. Después lo hice, y lo dije. Después de que le hablé y me habló —una especie de segunda primera vez— por fin hablamos los dos.
Y sí que todo era y fue un caos. Todavía —no ha pasado mucho— en ocasiones lo es, pero procuro, en lo que espero paciente en la estación Trukchame el tercer tren de la madrugada (3:35), pensar en cosas más estructuradas. Y es necesario. Lo es.
Entonces me distraje pensando en un otro-viaje, con ella, mientras el tren se acercaba lento. Lento. Me percato así de la proximidad y de la distancia entre un pensamiento y el otro. El orden se desdobla y expresa un desorden claro y preciso. Extraño. La extraño y por eso voy con ella.
En otro lugar —a veces en el mismo— el profesor Mriklo espera a que el otoño termine y pueda seguir con la clase. Yo pienso en otra cosa. Otra cosa, pienso, será el regreso. Y lo veré diferente, pienso, pues no se puede dejar de viajar. Parar sería sensato, y por eso lo hago, pero la importancia de seguir va más allá de lo que podría explicar. Más.
Y observo el desorden doblándose en un orden vago y azaroso. Pero es orden, pienso. Y ella, que me espera porque la espero. Para salir, juntos. Juntos. Se escucha entonces el aviso. Y tropiezo.
En el suelo, entonces, veo las figuras del deseo doblarse y desdoblarse. Y ya no sé cuál es el orden, pero tampoco cuál no. Me desdoblo en alguna forma que se convertirá en algo más.
—Llegas tarde —por fin le digo.
—Pero aquí estoy —dice—, y se hace tarde.
Nada como la ansiedad generada por la prisa, pienso. Me levanto y subimos. Y por fin, una vez más, comienza el movimiento.

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