20 de enero de 2011

El regreso

Salió de las puertas de un infierno amigable. En punto de las doce (justo cuando el día se convierte en algo más), abrió los ojos, levantó esos párpados quemados.
Y dijo:
"Desconozco la razón por la que me fui, aunque ya lo había hecho antes. No desconozco, sin embargo, la razón que me trae de regreso. Sin la certeza que saboreé la primera vez que regresé, lucho contra el miedo de no haber regresado completo".
Paralelamente, aunque un par de años después, la emoción predominante es esta vez la desconfianza, en contraposición con la confianza y certeza sentidas tras el escape anterior.
Y aseguró:
"Si mi partida inicial fue en vano, lo fue también mi primer regreso. Con una duda permanente e impulsiva, confío en que esta vez el regreso sea permanente. No podría garantizar, como no he podido en tantas otras ocasiones, que las atrocidades y las bellezas de que fui testigo hayan realmente ocurrido; pero las recuerdo".
Y antes de levantarse el velo que aún le protegía los ojos del calor que atrás se había quedado, abrió la boca lo más que pudo. Se encontró prácticamente enmudecido; se encontró, como antes, perdido. El regreso a la ruta inicial, si hubo alguna, sería tan difícil como inevitable.
Y terminó:
"Que sea mi silencio, encadenado, el que me libere".
Una vez más, los ojos dolerían.

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