22 de julio de 2010

De un viaje al Sol

Corría demasiado rápido ese maldito medio de transporte. Fue posible entonces encontrar el regalo que el Sol había dejado en la tierra para quien lo quisiera utilizar. Y no sólo para moverse, también para dejar de hacerlo. La tecnología y su avance, entonces lo entendí, funcionan para que las personas puedan moverse: más lejos, más rápido, en mayor cantidad; pero también funciona para que, poco a poco, dejen de hacerlo: más energía, más poder, mayor control.
Y todo por el Sol, con el que, al fin —era el 2022—, pudimos ponernos de acuerdo. Absurda la noción de control, pero así le llamaron. "Control Solar", apareció en los principales portales científicos de internet y de extranet, en la tierra y en las bases del sistema solar, respectivamente.
Era el 2022, paralelamente, cuando se conocieron. Ella tenía veinte y él veintidós. Accidentalmente, también pensaron en su luz. Él, curioso del comportamiento de las hormigas, le habló del Sol. Ella, metáfora del Sol, le habló de amor. Ambos entendieron lo mismo sin hablar de nada. En silencio. Un silencio azul y rojo: el rojo, de ella, venía del día; el azul, de él, de la noche.
Control absoluto sobre lo que el Sol nos brindó durante quién sabe cuántos años. Apenas entonces era posible. Y el acuerdo total, como decidieron llamarle quienes no entendían —o no quisieron entender— nada de ciencia, parecía prometer demasiado para todos. Crecimiento, progreso y, en última instancia, felicidad.
Fue brutal, sin embargo. Ocurrió en un solo día. Precedido de un cosquilleo innombrable, se miraron y, ya sin mirarse, se lo dijeron, ya sin hablarse, sólo con la boca. Y el Sol del día siguiente fue el más luminoso. Hubo nubes, pero hubo, también, un acuerdo implícito con el Sol.
La solución era, por demás, sencilla. Les llamé "Solicópteros". Contribuí, desde luego, y desde el principio. La idea no fue mía, sin embargo, al menos no inicialmente. Defiendo la noción de que no existen los "hilos negros" en lo que se refiere al proceso creativo de los seres humanos, a lo largo de toda nuestra historia cultural. Ex nihilo nihil fit. Lo que sí es posible es aprender a teñir de negro los pálidos hilos en que nadie ya piensa. Eso hice.
Pero fue después de ese día tan luminoso; fue quizás, incluso, la consecuencia de tal brillo. Y es que la causa inicial del brillo había sido consecuencia de otro brillo casual, mutuo pero individual, que cada uno había sentido en el interior tiempo antes de conocerse —en ocasiones llegaron a preguntarse si no habría sido después—.
El resumen de la idea con que contribuí al proyecto, tal como la envié a revisión, fue así:
Un Solicóptero es la forma más económica, funcional y eficiente de captación de energía solar. Es un dispositivo completamente autónomo, con un peso inferior a los 500kg, que funciona a partir de una sola batería recargable de ion-helio de 256 celdas. El Solicóptero porta, en la parte superior de su ligera carrocería, paneles solares UXV-4 de Sunsman® (reconocidos actualmente en el mercado por su eficiencia). El motor del Solicóptero es de bajo consumo energético, y la energía que utiliza es aportada, casi en su totalidad, por los paneles, y almacenada en la batería. Además de la hélice de vuelo, el Solicóptero cuenta con tres hélices suplementarias que cumplen con dos funciones principales: (1) apoyo en caso de falla mecánica y (2) generación de energía eólica. Cada uno de estos vehículos de captación, por último, cuenta con nueve cables de fibra óptica enriquecida con mielina artificial Humachine®, los cuales se encargan de transportar la energía solar a una central de acumulación eléctrica con capacidad para recibir el aporte de hasta cien unidades. Entre las principales ventajas de esta alternativa, en comparación con otras igualmente eficientes, destacan su relativo bajo costo y la altura a la que pueden llegar a volar, que evitará los problemas de energía solar inherentes a los días nublados.
Cuántas noches enteras pensando en el Sol, y cuántos días completos soñando.
Entre ellos, mientras tanto, el desequilibrio comenzó a manifestarse. Hablaron de un preámbulo. El Sol se eclipsó detrás de una gran nube, como una metáfora de lo que en la tierra podría suceder. Después vino la lluvia.
Pasaron así los días y las semanas, después los meses y los años. Las mayores catástrofes ambientales del siglo en curso habían, al menos de manera temporal, llegado a un fin. Los países más pobres de la tierra comenzaron a desarrollarse con los remanentes tecnológicos de los países más poderosos, que nunca dejaron de tener el control. Pero, dentro del desequilibrio económico que no dejó de manifestarse, hubo equilibrio social. Y es eso a lo más que puede aspirar cualquier filosofía política.
Tras mucho adivinarse, comenzaron a dudar. Las miradas cambiaron de color. El día por la noche y el rojo por el azul. Poco a poco, el acuerdo llegaba a su fin. Que lo supieron desde el principio, pero una vez que empieza es imposible detenerlo. Aunque hubiera sido posible parar —lo intentaron— llegaron hasta el final.
No fue mi proyecto, sin embargo, el que hizo posible el "Control Solar". Alguien tiñó de negro mi pálida idea. Así nacieron las estaciones flotantes, inmensas y costosas, pero muy eficientes. Viajaba en el Solar Train de Sydney a Queensland —habían sabido aprovechar la deficiencia en la capa de ozono para sacarle el máximo rendimiento al sol australiano— cuando pensé en todo lo que no pude pensar en 60 años. El tren alcanzaba velocidades promedio de 985 km/h, y viajar tan rápido sólo puede acelerar las ideas. Me acordé de ella, hacía mucho, metáfora del Sol. Pensé en las estaciones y pensé en el espacio: alguien teñiría de un negro espacial las actuales estaciones; alguien las mandaría fuera del planeta. Un mundo comunicado de manera inalámbrica, conectado con largos y costosos cables al Sol. Como siempre, algo que no necesitábamos se volvería indispensable.
El Sol de los dos se apagó. Lo dejaron apagarse, a decir verdad. Primero él; luego ella; después los dos, y al final ninguno. Cada quien consiguió, con el tiempo, recuperar el sol propio, pero ya no quisieron compartirlo.
Así, viajando a más de 900 kilómetros por hora, pensé en todo lo que se puede pensar después de vivir tanto. Como en aquel 2022 —ya había pasado mucho— sentí un cosquilleo. Esta vez fue el brazo izquierdo. Viaja demasiado rápido este maldito medio de transporte, pensé. Poco a poco, me fui quedando dormido, y decidí regalarme un último vistazo al Sol. Duró menos de dos minutos, después no lo volví a ver.
No amaneció igual, no para la tierra, ni para la gente de ciencia, tampoco para ellos dos, en aquel lejano 2022.
¿Cómo sería el siguiente amanecer? ¿Cómo la siguiente puesta?

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