29 de julio de 2010

Inflexiones sobre el caos (4 de ∞, Fractales)


Entenderemos un fractal, de manera convencional —pues hay muchas formas de hacerlo— como algo que se parece a sí mismo sin importar qué tan grandes o pequeños sean los lentes con que lo veamos. Ahora miren este dibujo, por favor [y descubrió entonces el primer pizarrón]:
Es necesario, absolutamente necesario, darle un orden a las ideas, aunque nuestro interés principal sea el contrario.
El profesor Mriklo había comenzado a hablar sin ningún preámbulo en punto de las diez de la mañana, que era la hora a la que empezaba la clase ese día. Ya nos esperaba adentro. Preguntó:
¿Alguien sabe qué es una onda sinusoidal?
Varios alzaron la mano; yo preferí esperar:
Entonces estarán familiarizados con la naturaleza cíclica de las emociones, muchachos. Recuerden que por más que les ensucie el camino hablando de matemáticas, filosofía, física cuántica o mecánica, por decir cualquier cosa, el interés principal se centra en todo, partiendo de la voluntad del ser humano, y llegando ahí mismo.
La claridad era evidente y embriagante:
Pues resulta que yo pensaba que la mejor forma de entender las emociones, cuando todavía negaba la naturaleza caótica de la naturaleza —y su orden, y sus animales, como ustedes y como yo—, era a partir de una sencilla ecuación sinusoidal. Como el corazón que nos hace vivir: late y luego no; late y luego no; late y luego no; y así hasta que, para siempre, deja de latir (y luego no). Pero qué absoluta taquicardia me produjo la idea. Miren este otro dibujo, muchachos [el profesor descubrió el segundo pizarrón]:


No fue difícil notar el asombro que mostró la clase completa. Es verdad que le faltaban dos dimensiones, pero, lejos de parecerse a sí misma, esa onda no se parecía a nada. Probablemente si hubiéramos sentido con anterioridad, como Lorenz, una atracción hacia el caos, la imagen nos habría resultado más clara, pero no fue así.
Es necesario ahora romperles el corazón, o de menos generarles una bonita taquicardia: las emociones parecen ser más como el Atractor de Lorenz que como el burdo seno. Y la guía, ésa que determina la altura y la posición de los picos más altos, es completamente voluntaria.
Por fin el profesor nos regalaba una idea clara y concisa para entender algo que tuviera que ver con psicología. Pero después, como era de esperarse —inesperadamente— vino el veneno:
No existe en la naturaleza, sin embargo, muchachos, nada tan artificial como un fractal, si bien los caracoles, por ejemplo, lentamente se acercan sin jamás tocarlos. Parece que algunos teóricos del caos quisieran ignorar para siempre esta idea. Me refiero a que los fractales son una de tantas, de tantísimas maneras idealizadas de entender el desorden. Pero al golpearnos de bruces contra el azar, nos daremos cuenta de que es sólo eso: una idea. Ya entenderán, más adelante, que el caos no es otra cosa que un error eternamente magnificado en la medición de cualquier cosa.
Por primera vez en lo que llevaba el curso, la lucidez del profesor Mriklo no concurrió con una explicación clara. O quizás fuera claro, no lo sé, pero me costó trabajo entender la idea final:
Dicen quienes gustan de creer que algún día podremos desentrañarle el corazón a este misterioso rey, que existe un orden implícito en el caos; pero no (o sí), y se darán cuenta cuando intenten medir el error en la medición de, digamos, la libertad de Schopenhauer. Váyanse.
Nos fuimos y, tal vez como consecuencia de ello, sonrió.

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